Los Esquizos de Madrid. Nueva figuración madrileña de los setenta
Del 2 de junio al 14 de septiembre. Museo Reina Sofía
Es conocido por todos que la pintura se muere, que no hay remedio, que prácticamente es un cadáver. En los años setenta celebraba su entierro se celebraba en los foros de la postmodernidad, pero la condenada parecía recuperarse entre estertores. Posteriormente ha seguido así, resistiendo con un pie acá y otro allá, como los fantasmas.
Precisamente Los fantasmas de Madrid era el título que Quico Rivas pensó para esta exposición que trata sobre pintores y sobre todos aquellos que defendieron la pintura en el Madrid de aquellos años. El rótulo Los esquizos, que hace referencia al modo en que los pintores de Barcelona los apodaron, da acaso sin quererlo, una idea de la maraña de dificultades en que se ha visto envuelta la exposición. La más triste de ellas ha sido el fallecimiento de Quico Rivas, que con esta muestra no sólo hubiera ofrecido su punto de vista sobre la pintura de este grupo sino sobre un importante periodo de su vida.
Ésa quizás era la pretensión más arriesgada de su proyecto, exponer una pintura a la que ya se daba por muerta, pero también dar cuenta de toda la vida que se le insufló desde el ámbito de la crítica entre 1970 y 1985. De ello finalmente se ha encargado la comisaria María Escribano, que tuvo también una participación activa en el grupo de los Esquizos y que ha formado para la ocasión equipo con Juan Pablo Wert e Iván López Munuera.
Entre fantasmas o esquizos, la lectura general de la exposición no puede ser otra que la de una incorporación con los debidos méritos, porque pese al importante papel en el arte contemporáneo español, es ésta la primera retrospectiva que se dedica al grupo.
Su arranque es discreto, una salita que uno se podría saltar sin darse cuenta, pero que, con dos obras de Giorgio de Chirico y de Marcel Duchamp, da indicios de la reflexión sobre el papel contemporáneo de la pintura que encontramos a continuación. Estos pintores no podían más que admirar las estrategias de Duchamp -que precisamente dinamitaban la pintura-, decidieron asumirlas e incluso seguirlas sin dejar por ello de pintar.
Las primeras salas nos dan una idea de cómo hacerlo; se dedican a las influencias que recibieron los esquizos: Hamilton, Katz, Stella, y la más inmediata, que fue sin duda la del pintor español Luis Gordillo, aunque en la exposición no queda demasiado claro si Gordillo llegó a formar parte o no del grupo.
El eje del recorrido, que quizás dé también su clave temática, se encuentra en el cuadro de Guillermo Pérez Villalta, Grupo de personas en un atrio o alegoría del arte y de la vida o del presente y del futuro (1975), que pocas veces ha sido expuesto con mayor cuidado y mejor luz. Las intenciones de la exposición parecen ser similares a las que el pintor demostró sobre este lienzo. Aquí se nos muestra el "retrato de familia" de la exposición:
el núcleo de pintores estaba formado por el propio Pérez Villalta, Alcolea, Carlos Franco y Rafael Pérez-Mínguez, seguía con Chema Cobo, Manolo Quejido, Herminio Molero y otros tantos. A todos ellos los acompañaron los críticos Juan Antonio Aguirre, el propio Quico Rivas, Ángel González, Juan Manuel Bonet, Calvo Serraller, galeristas como Juana Aizpuru o Mercedes Buades, filósofos incluso como Fernando Savater o Ignacio Gómez de Liaño. Muchos nombres que hoy forman parte importante de nuestro mapa cultural, todos ellos aquí retratados de un modo u otro. Así que la exposición entera se deja ver como alegoría del arte y de la vida, o tal vez como un enorme retrato de familia, ya sea la de Quico Rivas, la de María Escribano o la de la propia figuración madrileña.
Todo lo que tiene de ambiciosa esta exposición responde a las altas aspiraciones que el grupo tenía. Su presencia era entonces contundente en el panorama español, y se contaba incluso con que adquiriría un alcance internacional, tal como estaba sucediendo en el caso del neoexpresionismo alemán o de la transvanguardia italiana. De ello también se habla aquí al recordar las exposiciones 1980 y Madrid D.F., que encontraron entonces una apabullante resistencia por parte de un sector de la crítica nacional, y que finalmente representan hoy un intento frustrado de impulsar la nueva pintura española más allá de la frontera.
Puede que para los retratados, éste sea un recorrido algo nostálgico, tal y como algún crítico ha señalado, y desde luego que la nostalgia resulta hoy un buen reclamo (el mejor ejemplo son esos episodios de La edad de oro que vemos en una de las habitaciones), sin embargo sospecho que la intención de Quico Rivas fue desde el inicio incorporar de una vez a este grupo en la narración -pública y no esa que corre de como un chisme de boca en boca- de lo que ha sido el arte español de las últimas décadas. Si así fuera, para quien no conoce esta historia y no cuenta más que con el referente de la movida o el caso Barceló, pasear por la sala 103 del Reina puede resultar extraño y no sé si después de un recorrido tan extenso, de articulación difícil y un volumen llamativo de información, se habrá logrado devolverles el cuerpo a estos fantasmas de Madrid.
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