sábado, 14 de noviembre de 2009

La lámpara de Marinetti

Pocos ataques tan bien llevados como aquél que D’Annunzio le espetó a Marinetti, “ese cretino fosforescente”, acaso porque sólo un cretino podría retar con fosforescencia a las estrellas tal y como éste había hecho en el primer manifiesto del futurismo. En cualquier caso lo de D’Annunzio era la respuesta al libro que Marinetti le había dedicado con intención de desacreditarlo, una bella bomba, como se diría algo más tarde, que no obtuvo el resultado deseado. Pero Marinetti sabía perfectamente que la explosión está en la base del modus operandi de la vanguardia, y fue perfeccionando su técnica.

Desde luego, el término avant-garde hace pensar en explosiones; no en vano designa la avanzadilla militar compuesta de pequeños grupos que se adelantan para penetrar en campo enemigo. Desde la mitad del siglo XIX, el término fue haciendo incursiones en terreno artístico[1], y sin duda fue Baudelaire uno de los primeros en advertirlo en expresiones como “Los poetas de combate” o “Los literatacos de vanguardia”[2]. Tal observación aparecía por primera vez en Mon coeur mis à nu, de 1864, coincidiendo con lo que muchos teóricos han entendido como punto de arranque de la vanguardia artística, el primer Salon des Refusés (1863)[3].

El carácter beligerante le caía a la vanguardia tan de cerca como a Félix Fénéon la acusación de haber participado en un atentado anarquista. El poeta Camille Mauclair o el pintor Félix Vallotton son otros casos que muestran cómo la vanguardia vio impulsado su nacimiento en una peculiar cercanía al anarquismo. “¿Qué importan unas vidas humanas si el gesto es bello?”, declaró el crítico Laurent Tailhade ante el atentado que Auguste Vaillant realizó en la Cámara de los Diputados en 1893.

Ese mismo año, Marinetti se encontraba instalado en París y, en los ratos libres que le dejaban sus estudios de leyes, se sumergía en la literatura simbolista. Marinetti estaba al tanto de lo que ocurría en el mundillo, más aún cuando las nuevas tendencias artísticas se encontraban acusadas directamente:

“La literatura decadente ha proporcionado un gran contingente al partido –escribía Marius Boisson–; estos últimos años ha habido, sobre todo entre los escritores jóvenes, un auge del anarquismo.”[4]

En aquel tiempo en que Marinetti estudiaba en París, la base de la vanguardia se situaba en el cinturón de la ciudad, en locales como el Chat Noir o Lapin Agile, donde una irrefrenable atmósfera festiva se imponía. Desde allí la vanguardia realizaba un doble movimiento: de una parte, su beligerancia no encontraba al enemigo tanto delante como detrás, pues éste quedaba localizado en los valores tradicionales, es decir, anticuados; de otra parte, la vanguardia se dirigía contra el progreso cientifista. En este aspecto bien podríamos suscribir la opinión de Sebrili de que el arte moderno se define por enfrentarse contra la modernidad[5], porque la vanguardia encontraba su principal enemigo en el racionalismo técnico al servicio de la burguesía, un pensamiento que sustituía la fe en Dios por una fe no menos profunda en la ciencia, y la idea de paraíso por aquella, siempre a punto, del futuro.

El futurismo, por tanto, vino a representar una curiosa operación de la vanguardia al sustituir su resistencia por la asimilación de la máquina y de su aceleración. Porque hasta entonces la poesía había sido inmovilidad, éxtasis y sueño, como señala el tercer punto del manifiesto, y una prueba de ello era la revista que el propio Marinetti dirigía desde aquella casa suya de Via Senato, en Milán. Es más, sólo entrar en sus habitaciones nos habría valido como prueba de la parsimonia oriental dominante a fin de siglo. La habríamos encontrado en la cabecera metálica de la cama con alambicados dibujos de inspiración vegetal, o en las dos mesitas que allí se encontraban, también de factura árabe y adornadas con incrustaciones geométricas de madreperla[6]. Colgaba de la pared una vista del Nilo –no vayamos a olvidar que Marinetti había nacido en Egipto– y en la estantería de madera noble no nos hubiera sorprendido encontrar las obras de un Pierre Loti. Tampoco la Casa Rossa, como centro de operaciones futuristas en Corso Venezia, iba a ser muy diferente en su decoración; estos dos interiores eran tan similares que los visitantes, pasado el tiempo, los confundirán. En ambos la atmósfera estaba marcada por una desbordante abundancia que permitía la abstracción tal y como Marinetti señala al comienzo de su relato sobre la fundación del futurismo:

“Avevamo vegliato tutta la notte - i miei amici ed io sotto lampade di moschea dalle cupole di ottone traforato, stellate come le nostre anime, perchè come queste irradiate dal chiuso fulgre di un cuore elettrico. Avevamo lungamente calpestata su opulenti tappeti orientali la nostra atavica accidia, discutendo davanti ai confini estremi della logica ed annerendo molta carta di frenetiche scritture.”
[7]

Sino fuera por la reacción que a continuación relata Marinetti diría que aquí huele a haschisch o a opio, esas drogas que habían ralentizado el paso en un siglo en que, como había dicho Kierkegaard, la lentitud era de por sí sospechosa[8]. El ánimo propio de esa resistencia quedaba consignado en la versión francesa del manifiesto – aquella que apareció en primer lugar en Le figaro – como una native paresse, y en esa otra versión, algo más completa, que apareció en la revista de Marinetti, Poesia, el mismo mes de febrero, como una atavica accidia. Con este término Marinetti pulía la expresión de una emoción latente, entre la tristeza y la inquietud, el pecado de los místicos que, sin poder soportar el aislamiento, veían acelerarse las imágenes mentales que albergaban: tal es el efecto de la acedia, un horror vacui irrefrenable.

En el número del octubre de 1908, Marinetti había publicado un soneto de Antonio Augusto Rubino titulado Sonetto verderana dell’accidia palustre donde el viejo vicio del desierto aparecía definido con certeza al decir: “tu ti nutri del tuo male squisito”, pues el estado de ánimo evocado por Marinetti en el arranque del futurismo, tiene la virtud de enroscarse sobre sí mismo, y sin embargo ningún otro mal tiene por efecto un estallido más violento. El aburrimiento había sido el ánimo fundamental del decadentismo, ese ennui “inconmensurable que sofoca el alma pesada de la tierra” como había escrito el propio Marinetti en La ville charnelle, un largo poema épico publicado apenas un año antes que el manifiesto[9]. Era ése el tedio que había marcado una época desde el René de Chateaubriand al Des Esseintes de Huysmans, pasando por supuesto por Leopardi o por el propio D’Annuzio del que Marinetti quería desembarazarse. Todos estos autores presentaban y representaban síntomas de acedia, especialmente cuando su literatura se dejaba llevar por inauditas fantasías.

Con todo es preciso reparar en que el propio comportamiento del ánimo, que dilata el tiempo hasta hacer del pasado, el presente y el futuro una unidad inarticulada y de por sí indiferente, tal y como habría señalado Heidegger, tiene como respuesta una violenta vertical, en la reaparición del instante. Tal instante no es otro que el del futurismo. Éste está alegorizado, en el primer manifiesto, por una vertiginosa carrera en automóvil a lo largo de la cuál Marinetti “ammazza” a varios perros (un detalle del relato que curiosamente los editores de Le Figaro decidieron omitir, pero que Marinetti recuperó en su revista Poesia) y termina, despistado por dos ciclistas (figuras de los pensamiento contradictorios) en un accidente que acaba de nuevo con la expresión: “Quel ennui! Pouah!.

Este accidente que Marinetti relata en su primer manifiesto, tuvo de hecho lugar el día 15 de octubre de 1908 en compañía de su mecánico Ettore Angelini. Podríamos conjeturar que se dirigía entonces a la villa que Mohamed El Rachi Pascià tenía junto al Sena, un verdadero oasis árabe en mitad de la ciudad de las luces. Entre el humo del incienso, con toda su atavica accidia, Marinetti vive un largo noviazgo con la hija de Mohamed El Rachi, que causalmente, mira tú, es accionista de Le Figaro.

El joven poeta, al que Tullio Pantèo, su primer biógrafo, lo había descrito en esos mismos años como un joven de mirada perdida, “el eterno enamorado de la luna y de las estrellas”[10], se pasea en góndola por el Sena con la hija del rico egipcio a pocos meses del lanzamiento violento y osado del futurismo. Los biógrafos más avisados como Agnese, no dejan de sugerir que siendo tan impulsivo, Marinetti, sólo pudo haber soportado tan largo noviazgo con vistas a ver publicado su manifiesto en Le Figaro, cosa que finalmente sucedió el 20 de febrero de 1909, que no podía sino caer en sábado. El futurismo será la vanguardia más sonada, extraña, si tenemos en cuenta que su lugar no se sitúa en el cinturón de la ciudad sino en el propio centro de una institución burguesa como era este periódico. Más llamativo aún es que no hubiera futuristas para el futurismo, todos ellos llegarían más tarde, el propio Marinetti seguiría editando una revista cuya portada a cargo del ilustrador Martini era propiamente simbolista.

Se entiende entonces que el primer manifiesto supone un verdadero volantazo en la trayectoria de Marinetti sin apenas hay señales de preludio. Diríamos que el manifiesto se manifiesta, y con ello exhibe una estrategia de multiplicación de opinión que, en realidad, no se separaba tanto del efecto multiplicador de imágenes que tiene esa accidia con la que presuntamente terminaba.

En verano de 1909 Marinetti publicó un ejemplar que su revista Poesia que comprendía cuatro números correspondientes a los meses de abril, mayo, junio y julio. El ejemplar comenzaba con una traducción al inglés de los once puntos del manifiesto y a continuación el propio Marinetti se hacía entrevistar; las páginas sucesivas recogían todo tipo de opiniones. No me deja de sorprender que la primera de estar páginas estuviera ocupada por la carta de Robert de Montesquiou, que como sabemos había inspirado el personaje de De Esseintes, el más acidioso de los decadentes. El Conde, le da la enhorabuena a Marinetti: ambos habían compartido la acedia y sólo a partir de ahora compartirían la fosforescencia.


[1] Balzac, Les Comédiens sans le savoir, 1846, p. 36: “Tout conspire pour nous. Ainsi tous ceux qui plaignent les peuples, qui braillent sur la question des prolétaires et des salaires (...) les Communistes, les Humanitaires, les philanthropes vous comprenez, tous ces gens-là sont notre avant-garde”.

[2] “Les poètes de combat. Les littérateurs d’avant-garde”. Vid. Baudelaire, C., “Mon coeur mis à nu” LXIII, en Journaux intimes, Paris: G. Crés et Cia., 1920, p. 71

[3] Shattuck, R. (1955), La época de los banquetes, Madrid: Antonio Machado, 1991, p. 35

[4] Boisson, M., Les attentats anarchistes, cit. en Shattuck, R, op. cit., p. 31.

[5] Sebreli, Juan José, Las aventuras de la vanguardia. El arte moderno contra la modernidad, Buenos Aires: Editorial sudamericana, 2000.

[6] Agnese, Gino, Marinetti, una vita esplosiva, Milano: Camunia, 1990, p. 31.

[7] La primera publicación del manifiesto apareció en francés en el diario Le Figaro con el siguiente texto: “Nous avions veillé toute la nuit, mes 
amis et moi, sous des lampes de mosquée dont les coupoles de cuivre aussi 
ajourées que notre âme avaient pourtant des cœurs électriques. Et tout 
en piétinant notre native paresse sur d'opulents tapis persans, nous avions 
discuté aux frontières extrêmes de la logique et griffé le papier de démentes 
écritures

[8] Kierkegaard, S., Sobre el concepto de ironía, Valladolid: Trotta, 2000, p. 275.

[9] Marinetti, F.T., La Ville charnelle, París: Sansot, 1908, p. 153.

[10] Pànteo, T., Il poeta Marinetti, Milano: Società Editoriale Milanese, 1908, p. 15.