lunes, 5 de julio de 2010

Echar a andar


“El arte es todo lo que hace la vida más interesante que el arte”

Robert Filliou


A Robert Walser le bastaba con poner un pie en la calle para empezar a trabajar; por eso, cuando alguien le tachaba de holgazán, él replicaba que sin los paseos “no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema”[1]. Parece ser que sólo al caminar uno se encuentra cosas, desde papeles en blanco hasta palabras con que llenarlos. Tan estrecha ha sido la relación entre el camino y la creación que el propio caminar ya es una obra. Pienso en Mayakovski gritando en mitad del humo revolucionario aquello de que “las calles son nuestros pinceles, las plazas nuestras paletas”. Pienso en aquella extraña convocatoria del día 14 de abril de 1921, frente a la iglesia parisina de Saint-Julien-le-Pauvre, desde donde los dadaístas echaron a andar por una ciudad que tan sólo necesitaba un nuevo uso para convertirse en ready-made.

De un primer paso no podemos esperar más que lo imprevisto: porque es lo primero empezar a andar es ya un extravío, aunque al final ése es el único modo de hacer caminos[2]. En esta capacidad constituyente que toda caminata posee, el arte contemporáneo echa a andar, y si es cierto que andando encuentra los límites de su materialidad y hasta de su definición, sobretodo, en el paseo, en la marcha o en el callejeo, el arte se encuentra con la vida. Y porque la vida del arte se mueve por sus fronteras, no nos extrañará encontrar a un tipo como el flâneur en el inicio mismo del caminar como práctica artística.

A finales del siglo XIX, el verbo flâner designaba una forma de tomarse el tiempo y el espacio, pasar y dejar pasar, andar lentamente y sin rumbo, dejar libre la imaginación y complacerse, como se decía entonces, en el farniente[3]. Pero lejos de ser inofensiva, la flanerie también marcaba un modo de tomar la calle, conseguía devolver el valor de uso a espacios cada vez más sometidos a la lógica del control.

Recuerdo uno de esos paseos de los que no se regresa o al menos se vuelve cambiado. Acompañaba a Toni Sánchez Tena por la laberíntica Roma mientras me explicaba por qué Street is the Canvas. Para este artista, afincado ahora en Barcelona, el trabajo comienza habitualmente de este modo, caminando por la ciudad, pasando desapercibido precisamente para ver aquello que pasa desapercibido. Entrando en mundos que están dentro de este mundo a la vez que fuera de él. Caí entonces en que frente al tiempo premeditado de la silla de oficina, la butaca de cine o el sofá televisivo, en la caminata se individualiza nuestra relación con el tiempo. Andamos en un movimiento articulado por pares –tic-tac, tic-tac– primero un pie y luego el otro, repitiéndose una y otra vez, hipnótico y sugestivo, mezclando el vagar y el divagar. Y es así como lo que el caminar tiene de constituyente toma una doble dirección: se da un trato especular, como Robert Smithson habría dicho, entre “la superficie de la tierra y las ficciones de la mente”[4], una dialéctica que queda igualmente reflejada en el diálogo entre un espacio exterior y otro interior.

A este respecto no quisiera seguir la distinción entre caminar por el campo o hacerlo por la ciudad. Para mí que el Baudelaire de los pasajes conversa con el Rousseau de las ensoñaciones, y creo que aquí ganaríamos mucho al sustituir esa fricción por el contacto que al andar mantienen el “afuera” y el “adentro” ¿Acaso no buscaremos en nuestros garbeos la relación entre los lugares recorridos y las sensaciones que nos corren por dentro? Me dirijo a la ciudad, pero aprendí a caminar en la sierra: me encanta encontrar que el pavimento ha sido resquebrajado por las raíces de los plátanos de sombra, esos árboles que también llaman plátanos de paseo. Pienso en Richard Long pero también en los audiowalks de Janet Cardiff.

No se marca nada que a uno no le marque; he aquí la embriaguez propia del callejeo, esa misma que Francis Alÿs quiso llevar a último término aunque con algo de torpor, en su Narcotourism de Copenhague, donde cada día se perdía bajo el efecto de una droga distinta. Pero el paseo tienen efectos sutiles de por sí y reactivar la relación con el espacio a través de estos efectos es lo que ya el Situacionismo había propuesto a finales de los años cincuenta[5]. En una metrópoli que funciona como dispositivo de poder sobre todas las dimensiones de la vida –lo que Foucault llamó el biopoder–, caminar como Gilles Ivian proponía es una estrategia de contestación, reorganizar el espacio como Guy Debord lo hizo en Naked City se dirige a crear no sólo una obra sino una forma de vida, pues ¿de qué otra cosa hablamos sino de la vida del arte?

Como dice Bourriaud[6], la modernidad le ha devuelto el valor que los antiguos griegos le dieron a la anécdota (“algo inédito, secreto”). Aquello que constituye la anécdota –lo que ocurre, por ejemplo caminando– sólo en estos dos momentos ha visto reconocida su equivalencia con la obra inscrita. Que nadie nos dé ejemplo cuando lo que buscamos son ejemplos. No existen unos estudios de estética del comportamiento, y sin embargo el arte no deja de proponer un comportamiento, un modo de vivir, un manera de enfrentarse con dignidad a esto que es la vida y aquello que es la muerte.

Cuando supe del grupo Stalker pensé en lo necesario que es un uso no nostálgico de las premisas situacionistas. Lo que este grupo italiano ha llamado transurbancia consiste en recuperar la dimensión del viaje en el interior mismo de la ciudad, y sus resultados se concentran en el descubrimiento de enormes espacios aparentemente vacíos que sin embargo están habitados de forma nómada. Es allí donde Stalker encuentra, según indica uno de sus componentes, Francesco Careri, “el líquido amniótico del que extrae su vitalidad el inconsciente de la ciudad”[7].

Y ahora que caigo en cómo se ha venido alentando desde algunas instituciones de cierto prestigio la práctica del mapeo vinculado al mundo del arte, me viene a la memoria ese relato de Poe, El hombre de la multitud, acaso por ser una de las primeras reflexiones sobre el callejeo metropolitano. Cuidado. En un momento en que las técnicas policiales de identificación prometían una eficacia jamás imaginada, este cuento describe una persecución digna de Vito Acconci, tras la cual se concluye que el perseguido, un anciano permanentemente oculto por la muchedumbre, representa “el genio del profundo crimen”, aquello que aún puede escabullirse, aquello que aún no se puede explicar. Por eso Poe terminó su cuento con una misteriosa frase en alemán con la que daba a entender como una virtud “that es lässt sich nicht lesen”, es decir, el hecho de que haya comportamientos que no se pueden leer, que no permiten lectura alguna.

Frente al afán panóptico de las instituciones, el potencial del callejeo –la deambulación, la deriva, la transurbancia– reside sorprendentemente en el camuflaje. El artista mejicano Erick Beltrán ha trabajado precisamente en la idea de la lectura como recorrido que crea de por sí un espacio físico, “el caminar por un territorio al azar –nos dice– sugiere la idea de un texto imposible de leer”, así como ocurría en el cuento de Poe. Pienso así en el camuflaje, tal y como Maite Méndez ha explicado, como “el conjunto de estrategias de lo invisible capaces de sacar a la luz la condición del arte de nuestros días”[8]. Es por aquí por donde propongo echar a andar.

(Este texto fue escrito originalmente para el tercer número de la revista Cantártica, julio 2010)


[1] Walser, Robert, El paseo (1917), Madrid: Siruela, 2005, pp. 50 y ss.

[2] Sobre este tema podéis consultar el libro La Cecla, F., Perdersi, l’uomo senza ambiente, Roma: La terza, 2007.

[3] Aller de côte et d’autre en perdant son temps” dice el diccionario: Bescherelle, H., Dictionnaire classique de la langue française, París: Bloud et Barral, 1880.

[4] Smithson, R. "A Sedimentation of the Mind: Earth Projects" en Artforum, septiembre de 1968, citado por Lippard, Lucy R. (1973), Seis años: la desmaterialización del objeto artístico, de 1966 a 1972, Madrid: Akal, 2004, p. 99.

[5] Debord, G., “Introduction à une critique de la géographie urbaine” en Les lèvres nues, nº 6, septiembre 1955, pp. 11-15. La definición que allí se da de psicogeografía es la siguiente: “el estudio de los efectos precisos del medio geográfico, ordenado conscientemente o no, al actuar directamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos”.

[6] Bourriaud, N., Formas de vida. El arte moderno y la invención de sí, Murcia: Cendeac, 2009, p. 88.

[7] Careri, F., Walkspaces. Caminar como práctica estética, Barcelona: Gustavo Gili, 2004, p. 185.

[8] Méndez Baiges, M., Camuflaje Engaño y ocultación en el arte contemporáneo, Madrid: Siruela, 2007, p. 114.