jueves, 23 de septiembre de 2010

Flaubert, la tentación de la escritura o (Saint) Flaubert

Siendo niño Gustave Flaubert asistió a una de las representaciones del teatrillo de marionetas que cada verano se instalaba en Rouen. La obra trataba sobre las cuitas y sufrimientos de un ermitaño de hábito raído y barba hirsuta al que tientan las mujeres y apalean monstruos horripilantes. He aquí a san Antonio Abad, Antonio del desierto, que trata de concentrarse en la lectura y termina divagando. Su historia debía tener cierta gracia entonces, al menos como para ser el tema de alguna que otra canción simpática como la que Sédaine. Desde luego era lo suficientemente entretenida como para mantener la atención de un buen grupo de jovencitos. Gustave Flaubert, con esa ingenuidad que mantendría durante toda su vida, debió quedar impresionado, tanto como para dedicarle tres décadas de trabajo [fig.4].

Suele mencionarse un segundo estímulo para La tentación de san Antonio. En esta ocasión procede de Génova, desde allí Flaubert escribe totalmente fascinado a su amigo Le Poittevin[1]. Hace ya diez años que han publicado respectivamente Voyage en enfer y Satan; ambos habían entrado por estas puertas en el oficio de la escritura, conque encontrarse con una de esas endiabladas tablas flamencas que en el siglo XVI se pintaron con el tema de las tentaciones de san Antonio bien merece un comentario. Al volver a casa, Flaubert se agencia un gravado de Callot en la misma línea y en seguida lo apaña sobre su mesa de trabajo. Ya sabemos que no se moverá mucho de ella; exceptuando las estancias breves de París se pasará la vida en Croisset con su madre. Maupassant, a quien lo toma por discípulo, hace un relato muy significativo de la cotidianidad de Flaubert. Veamos: “Vivía solo casi todo el año, trabajando sin descanso, sin interrupción. Lector infatigable, sus descansos eran lecturas, y poseía una biblioteca entera de notas sacadas de todos los volúmenes que había consultado”[2]. A Flaubert le gustaba comentar que Pascal había habitado en aquella misma casa de Croisset, como el janseista también él es poco amante de los viajes, a pesar de la importancia que se le suele dar a aquel que hiciera a Egipto, Flaubert detestaba moverse de casa. Su pupilo insiste en que vivía como un viejo: “toda su existencia, todos sus placeres, casi todas sus aventuras fueron mentales”[3]. Testigos y crítica coinciden en acercar el carácter de Flaubert a la imagen del anacoreta Antonio, tal es el punto de partida que se encuentra en la mayoría de los comentarios sobre La tentación, donde se observa a Antonio-Flaubert enfrentado a tentaciones mundanas, la gula, la lujuria o la avaricia, que son constantemente superadas en favor de las Escrituras. Sartre también comienza por identificar a Flaubert con Antonio, pero lo hace para dar un giro:

“Antonio es el artista: es solicitado por los bienes de la tierra y encuentra, en su culto del arte, fuerza para rechazarlos. Pero esta interpretación, aunque goza de mucho crédito, no resiste el examen: Flaubert ha dicho muchas veces que no podría escribir sin llevar a la vez una vida de anacoreta; pero nunca pretendió que se creyera que esta vida le resultara penosa o difícil de llevar: la presencia de los hombres y no la soledad lo pone al borde del furor.”[4]

Es en la tentación donde se centra Sartre para advertirnos que no proviene de los “bienes de la tierra”, que no le ofrecen placer alguno a Flaubert sino que sólo le suponen un fastidio. La tentación es, tal y como diría algo más tarde Paul Valéry, la sensación de que algo placentero nos falta[5], anuncia un placer, pero también es señal de pérdida de control. Para Valéry el propósito de estos textos de Saint Flaubert –como en este momento se permite llamarlo– era componer una “fisiología de la tentación” cuya esencia sería fundamentalmente sensual, de hecho La tentación desliza la narración hacia la descripción de sensaciones: sonidos, aromas, especialmente colores. El resultado sin embargo no fue tan atractivo como este programa promete, por el contrario La tentación de san Antonio ha sido calificada como un libro confuso, desestructurado, fastidioso incluso. Valéry, que no dejó de subrayar con admiración la profundidad del propósito de Flaubert, sin embargo advertía el miedo del escritor a sumergirse “en la esencia de su tema”, se preguntaba si por razón de este miedo Flaubert había llamado en su ayuda a la bibliografía descomunal que sostiene el libro: “ha leído demasiado, se dice del autor como de un hombre que ha bebido demasiado”[6]. La tentación le dejaba a Valéry una sensación de embriaguez, como si fuera un libro que hace eses en una letanía inaudita de apariciones y referencias. El estudio que realizó André Chastel sobre las fuentes utilizadas por Flaubert para introducir en su texto a la Reina de Saba es sólo una muestra del trabajo verdaderamente arqueológico que realizó nuestro escritor[7]. Por aquella época el abate Migne estaba recopilando todos los textos de la patrística, traduciendo además los que estaban en griego al latín y es como si Flaubert se los hubiera tragado uno por uno. De modo que si el libro da esa impresión disipada es por haber caído Flaubert en la tentación de los libros, no en vicios mundanos sino en la tentación la lectura.

También Michel Foucault llamó la atención sobre esta particular entrega de Flaubert a los libros[8]. La idea de Foucault es ésta: el libro de Flaubert viene a testimoniar un cambio de paradigma en la relación entre cultura y creatividad; si el siglo anterior había producido desde “el sueño de la razón”, en la segunda mitad del XIX se tratará más bien de producir desde el saber. En este sentido Foucault parece adelantar las recientes tesis de Boris Groys, que niega que lo nuevo sea la representación de un acontecer exterior a la cultura, más bien la innovación procede de una variación garantizada por los archivos de la cultura[9]. La idea de archivo está en la base de esta obra de Flaubert –incluso en toda su estrategia de trabajo– en el caso concreto de La tentación, el archivo bibliográfico pasa a convertirse en un archivo de imágenes –o si se quiere de sensaciones– cuya procedencia está en el propio libro al que Antonio vuelve una y otra vez.

Con ello el Libro toma un carácter ambiguo: a él se acude para huir de la tentación pero es de él de donde brotan las imágenes más tentadoras. A Antonio le tienta –y así lo explica Foucault– “ser otro, ser todos los otros y que todo recomience idénticamente, remontar el tiempo hasta su origen para que se cierre el círculo de los retornos”[10]. Antonio podría haber sido como los monjes de Nitrea que se comunican entre ellos, o, sencillamente, un buen sacerdote, incluso un gramático, un filósofo, había tenido oportunidad de ser todas esas personas, se podía haber ido a Roma y ver allí miles de cosas, más le hubiera valido ser soldado, o recaudador de peaje, o comerciante de Alejandría. Antonio lo hubiera sido todo, y sin embargo seguirá viviendo así, con sus lecturas y tejiendo cestas que luego intercambiará por mendrugos de pan de centeno … “Quelle solitude! Quel ennui!”, exclama Antonio[11].

Flaubert confesaba en su correspondencia con Louis Collet vivir en un tedio insoportable, una hastío por la vida como aquel que impulsa las fantasías de Antonio. Esto hace aún más compleja la propuesta de Sartre, que había concluido que, no siendo el mundo lo que le tienta sino lo que le hastía, la tentación habría de proceder de otra parte: precisamente de esa posibilidad de serlo todo. Sartre observa dos estructuras principales de la tentación: una de ellas se encuentra en la negación. En este sentido tentar es retar e implica por tanto una fuerte resistencia. La otra a cambio se entrega por completo, Sartre ve en ella la pasión. Esta entrega es para el filósofo entrega al Otro: “Tentado, redescubro al Otro, como fundamento de mi deseo”[12] y éste hace saltar el sistema de valores que estructura la realidad cotidiana, el sistema axiológico burgués en el que Flaubert ha crecido, cuyo primer dogma de fe es la utilidad. La lectura que Sartre hace de La tentación de san Antonio queda concretada en “la tentación del artista” o mejor la tentación del Arte, “una Nada que pinta nadas”, dice Sartre, porque “más vale mantenerse en ella con el hastío altivo y la perfecta inacción del sabio”[13].

Ese hastío de Flaubert, tantas veces repetido en sus personajes, aparece como telón de fondo de esta tentación que no es otra que la de la escritura: serlo todo a costa de lo que el mundo ofrecer. Una vida puede ser a fin de cuentas apenas un legajo de papeles de los que uno se deshace en el transcurso de una sola noche. “He aquí una vida; es decir, muchas cosas inútiles que quemamos, el indiferente pasatiempo de cada día, algunos recuerdos especiales de hechos vividos de hombres conocidos, de ternuras íntimas de familia, y una rosa marchita, un pañuelo y un zapato de mujer”, algo así pensó Maupassant la noche en que le ayudaba a Flaubert quemar aquellas cartas que no había sabido cómo clasificar al cabo de los años. Y sin embargo aquello le merecía otra consideración, puesto que sabía que por la cabeza de Flaubert, sin embargo, “había pasado el universo entero desde el comienzo del mundo hasta nuestros días. Aquel hombre lo había visto todo, lo había comprendido todo, lo había sentido todo, lo había sufrido todo, de una manera exagerada, desgarradora y deliciosa”. Finalmente la tentación de ser tantos otros: el soñador de la Biblia, el soldado bárbaro o una burguesita coqueta. Hemos de leer así una última reflexión de Maupassant sobre Flaubert: “Felices aquellos que han recibido ese ‘no sé qué’ que hace de nosotros al mismo tiempo sus productos y sus víctimas, esa facultad de multiplicarse gracias al poder evocador y generador de la Idea. Ellos escapan, durante las horas exultantes del trabajo, a la obsesión de la vida verdadera: banal, mediocre y monótona. Aunque, después, cuando despiertan del sueño, ¿cómo podrían defenderse del desprecio y el odio artísticos que, contra la abstracta humanidad, desbordaba el corazón de Flaubert?”[14]

En relación a esta pregunta nos parece oír una y otra vez a la Reina de Saba que Flaubert imaginó, desdeñada, herida, tratando de despertarlo con amenazas: “Tu te repentiras, bel ermite, tu gemiras! tu t’ennuieras![15].

Este texto ha sido escrito para la publicación Josefina la cantante



[1] Correspondance, I, 87, 13 de mayo de 1845, Paris: Louis Conard, 1926.

[2] G. de Maupassant, “Flaubert” (1884) en Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert, Cáceres: Periferica, 2009, pp. 98 y 99

[3] Idem., p.126.

[4] J.-P., Sartre, El idiota de la familia/2. Gustave Flaubert desde 1821 a 1857, Buenos Aires: Tiempo contemporáneo, 1975, p. 451

[5] P. Valéry, La Tentation de (Saint) Flaubert en Variété, Études littéraire, t.1, París: La Pléiade, NRF 1962, pp.613-619 (reproducido por Le Figaro el 22 de septiembre de 1942)

[6] Idem.

[7] A. Chastel, “L’épisode de la Reine de Saba dans la Tentation de Saint Antoine de Flaubert” en Fables, formes, figures I, Paris: Flammarion, 2000, p. 123-130.

[8] Vid. Foucault, Michel, “Un Fantastique de bibliothequé” en Cahiers Renaud-Barault, 59 (Mars, 1967), pp. 7-30. Traducción en Revista de estudios: filosofía(historia/letras, n.9, Instituto tecnológico autónomo de México, México D.F., 1987.

[9] B. Groys, Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, Valencia: Pre-textos, 2005.

[10] Idem.

[11] Flaubert, Gustave, La Tentation de Saint Antoine, Paris: Charpentier, 1874, p. 8.

[12] J.-P., Sartre, op. cit., p. 452.

[13] Idem., p. 453.

[14] G. de Maupassant, “Gustave Flaubert” (1890) en op. cit., pp.131-132.

[15] La tentation de saint Antoine op. cit., p. 61

domingo, 19 de septiembre de 2010

Hablar con Muntadas: sólo si la pregunta no es la respuesta

Una conversación puede tomarse como herramienta de amplio provecho creativo. Las Conversaciones con Duchamp de Pierre Cabanne o aquellas que David Sylvester mantuvo con Bacon no dejan lugar a dudas sobre esta posibilidad. Quizá por ello Antoni Muntadas se muestra tan entregado al conversar, y lo hace con una vehemencia natural, muy comunicativo pero tajante en ocasiones. Para quien entiende la obra como artefacto que sólo la audiencia pone en funcionamiento, una pregunta también debe activarse desde fuera. Ha de ofrecer vanos por donde entrar y salir. La pregunta, decía Blanchot, es “habla inacabada”, es “deseo del pensamiento”, pero la respuesta aún puede aumentarlo ofreciendo nuevas aberturas. La más contundente contestación de Muntadas se comporta así, incluso cuando rehúsa responder porque la pregunta que se le hizo “es una pregunta que se contesta a sí misma”.

Una pregunta está en efecto cerrada si asume una radical identidad con su respuesta, y lo que a Muntadas le interesa desde principios de los setenta es sin embargo constatar una suerte de disimilitud: cuestiones que alojan en sí diferencias de sí, proposiciones que se desajustan desde dentro, digamos círculos que no cierran. Muntadas trabaja con series abiertas en las que el motivo es proyectado a través de filtros de traducción de forma que cada respuesta genera nuevas preguntas. Pensemos en un campo tan extendido como el de On translation: decir lo mismo, lo mismo transforma, decirlo igual, igual modifica, la pregunta puede contener desde el origen una respuesta, en efecto, desconocida para sí, incluso en contradicción consigo. El trabajo de Muntadas tendría este tipo de matriz; a partir de ella desarrollaría un arte urgente de fuerte impronta ética, política y social. Pero también es en esa matriz donde podemos encontrar el proyecto estético de Muntadas. Esta doble vía queda a la vista a medida que conversamos con él y observamos cómo dota cada respuesta de corporeidad, incluso cuando marca un límite a la entrevista –“es una pregunta que se contesta a sí misma. Pasemos a otra”– sus respuestas se presentan como gestos, investidas por el concepto pero sobre todo dotadas de cuerpo.

La consigna Warning: Perception Requires Involvement no sólo nos ofrece un acicate activador de conciencia, además deja a la vista un planteamiento estético, sugiere la cercanía del tacto, un sentido cuya lógica indica que al tocar siempre somos tocados. Participar, estar envuelto, involucrase, todo ello conforma el espectro gestual de Muntadas y se remonta incluso hasta la exposición de 1971, donde trabajaba en torno a lo que denominó Subsentidos: el olfato, el gusto, el tacto. Muntadas nos aclara la importancia del impacto sensorial explicando que sólo a través de los sentidos puede darse una dimensión racional en la obra y un ejemplo reciente lo encontramos en su trabajo sobre el pabellón de Mies van der Rohe, donde se ha privilegiado el sentido del olfato.

Recordemos lo que decía sobre una instalación como N/S/E/O (1976): “Espacio físico y cerrado que se refiere a un espacio abierto y mental”. Las nociones de Site specific y Time specific tienden a envolver el campo de reflexión de la obra, pero sabemos que cuando todo parece cosido y bien cosido, todo cerrado y concreto –cuando la pregunta es ya una respuesta– entonces Muntadas encuentra la abertura en una recontextualización permanente de la idea de origen, a través de una incesante traducción. En ese gesto que cierra pero abre nos deja entrever la base estética de su obra, en las entrelíneas que permiten seguir encadenando respuestas y preguntas ¿Dónde habría de estar el arte sino en la articulación? Ahí donde aparentemente no hay nada, donde no se dice nada y sin embargo algo se siente, justo ahí donde Muntadas dice no responder, pero contesta.

Este texto fue realizado en el marco del ciclo de conversaciones con artistas Encuentro Akademia en la Universitat de Barcelona.