Ando preguntándome desde hace tiempo por la relación que tiene nuestra capacidad de caminar con la creación artística, y he aquí que Henry David Thoreau sale a mi encuentro y, como el canto del gallo, me acaba de espabilar. Si tituló Walking a una de sus conferencias más brillantes no fue sino para hablarnos de la incesante operación que exige toda obra bien hecha[1]. Probablemente Thoreau entendió que el país donde vivía podía ser una de esas obras, no por otra razón Emerson lo llamó “el más sincero de los americanos”. Aunque no cabe duda de que los Estados Unidos siguen muy alejados de los planteamientos del escritor, lo cierto es que la idea de caminar se encuentra fuertemente arraigada en su cultura. Buena cuenta de ello dan muchas de sus canciones populares, “canciones del camino” como aquella que tan arrolladoramente interpretó John Hurt y que dice: “tienes que caminar por este vale solitario, bien, tienes que ir por ti mismo”[2].
El marcado individualismo de este mensaje probablemente habría sido muy del gusto de Thoreau, al que la crítica ha tildado de máximo representante del anarquismo individualista. Pero en el caso de esta canción, este posición subrayada por la letra aparece en seguida contradicha por la música. Se puede afirmar esta contradicción porque la canción folk norteamericana es de una sencillez asombrosa que de inmediato asume la forma coral. Su compás suele ser binario, sus melodías, estructuradas por lo común en grupos de cuatro frases y apoyadas por una armonía muy asequible, permiten que cualquier voz se integre en la música, cualquiera, por mínima que sea su tesitura. Además, un patrón muy característico de este tipo de canción hace terminar cada estrofa con la misma frase y repetir del mismo modo un buen número de estrofas, lo que nos permite retener rápidamente lo que la canción dice y unirnos con gran facilidad al coro.
La música –y, cómo no, la música de las palabras– encuentra en nuestra manera de caminar un momento inicial. Al menos esto es lo que un estudio reciente del arqueólogo Stephen Mithen ha tratado de demostrar, que nuestras capacidades musicales le deben no poco al proceso de bipedación que protagonizó el Homo Ergaster[3]. Empezar a caminar con este ritmo que maneja el par quizás fuera el inicio de una revolución musical de la que aún disfrutamos.
Por razones obvias, Thoreau no conocía esta atrevida hipótesis, pero su acervo literario sí comprendía con amplitud la tradición clásica y bien pudo leer con atención el consejo que recibió Ulises de parte Tiresias para volver a Ítaca. Tal consejo no era otro que éste de caminar: caminar tierra adentro con un remo al hombro y preguntar a todo aquel con quien se cruce “¿qué es lo que llevo al hombro?”; en el momento en que dejen de decirle que se trata de un remo para responder que es “una pala para aventar trigo”, Ulises puede detenerse, pues habrá llegado a su ciudad[4].
Me gustaría introducir el texto de Thoreau desde este pasaje, y lo haré observando, cómo no, que en él se asiste a un singular cambio –el instrumento del marinero se ha convertido en un instrumento propio de la agricultura–. Al caminar, Ulises realiza una metáfora, una traslación, pero no sólo eso, pues como sabemos también el héroe perderá en el camino su identidad convirtiéndose en nadie[5]. El único modo de que los signos signifiquen algo específico es circunscribirlos a un contexto, a un lugar, y mientras estén en el camino podrán significar una cosa o la otra. El camino –según lo van trazando tanto Ulises como Thoreau– queda en buena medida fuera de contexto, lo que en él se encuentra es la materia indiferenciada de las cosas, y mientras se siga caminando ésta seguirá siendo susceptible de ser adoptada en múltiples sentidos.
El caminar de Thoreau no es algo que no tenga fin; como Ulises, también él tiene un lugar a donde llegar, su caminar es una peregrinación perfilada por el verbo inglés sauntering. Para él contamos con dos raíces. En primer lugar la expresión francesa Sans terre, sin tierra, y esto quiere decir que el que así camina no tiene hogar concreto, “pero se siente en casa en todas partes por igual”, lo cual es el secreto de todo caminar logrado. Pero hay otra etimología para sauntering, y ésta señala a Sainte terre, Tierra Santa, y es a ella –el lugar sagrado– hacia donde se dirige el caminar de Thoreau.
La primera premisa de esta forma de caminar es la de dejarlo todo, “perder el mundo”. Esta pérdida comienza por los nombres, porque el caminar de Thoreau se dirige al bosque, es decir a un espacio que no está compartimentado y que por ello no tiene subdivisiones que podamos nombrar, es un espacio salvaje y en él no cabe la idea de “mundo” conjunto ordenado por los nombres. La pérdida que este espacio se da comienza así por los nombres y alcanza al nuestro propio. Por lo contrario, caminar supone también el enriquecimiento propio de la experiencia. Experiencia aquí no alude a algo transmisible de generación en generación, la de Thoreau no es la experiencia de los ancianos que nos advierten por anticipado de lo que se puede o no se puede hacer, no es la advertencia sobre los límites sino la experiencia misma de esos límites y el “más allá” de ellos: “haced lo que los viejos dicen que no podéis hacer y veréis como podéis hacerlo”[6]. Aquellos límites eran lindes, el caminante de Thoreau las salta y se adentra en el bosque. Pero ahora que estamos en su espesor se ha de reparar en lo que Antonio Machado había observado al leer Walden: que recorriendo sus vericuetos uno no sabe “si son de bosque o de alma”[7], y esto se debe a que, en el pensamiento de Thoreau, quien penetra el bosque lo hace también en lo que él llama “un pensamiento salvaje”. Hay por tanto una geografía interna y es en ella donde se ofrece la experiencia que se gana con al caminar.
¿Qué experiencia es ésa? Bien, esta cuestión tiene varios registros, y veremos que cubren la pregunta que yo mismo me hacía e incluso la superan. Por una parte un registro creativo que atañe, como en el caminar de Ulises, al propio lenguaje. Por otra parte, un registro político que según caminamos nos llevará a la encrucijada que confronta la igualdad y la libertad.
Thoreau, como escritor comprometido con el arte, entiende su oficio como un rescate de las palabras, pero no exactamente ésas de las nosotros mismos nos hemos despojado al echar a andar. “Estamos –escribía en Walden– en peligro de olvidar la lengua que todas las cosas y acontecimientos hablan sin metáfora”[8]. Si al liberarnos de ese lenguaje con el que salimos de la ciudad, las cosas quedan desnudas de todo nombre, si nosotros mismos perdemos el nombre, en el camino se ha de ejercitar el poeta en “clavar las palabras a sus significados primitivos” y esto pasa para Thoreau por rastrear de manera apodíctica el origen de los términos. Desde luego, esta operación va más allá de la etimología, cuyos límites se encuentran en la escritura y dejan fuera de nuestro alcance la lengua hablada. Esta última es para Thoreau lengua materna y la aprendemos por instinto, “como los animales”, volver a ella es pasar entonces por lo salvaje del bosque, adentrarse en él completamente. En tierras así de inhóspitas también creció Homero, y en ellas hay que introducirse, caminando, si queremos esa lengua viva, viva otra vez, precisamente por acción de un “pensamiento salvaje” que dé un significado real a las palabras.
Pero caminar es dirigirse a Tierra Santa, a un lugar sagrado, y con lo dicho hasta el momento aún no hemos llegado. Sólo lo haremos con la escritura, en ella se vierte el pensamiento salvaje en un lenguaje que para Thoreau es ahora un lenguaje universal, una segunda lengua de la que dice literalmente que “tendríamos que volver a nacer para hablarla”[9]. Citaré a continuación Walden en la traducción de Lastra y Alcoriza por no perder esta bella descripción y dar una mejor explicación a este asunto:
“Una palabra escrita es la más escogida de las reliquias. Es algo a la vez más íntimo para nosotros y más universal que ninguna otra obra de arte. Es la obra de arte más próxima a la vida. Puede ser traducida a todas las lenguajes, y no sólo leída, sino, en realidad, respirada por todo labio humano; no sólo ser representada en el lienzo o en el mármol, sino tallada con el aliento de la vida. El símbolo del pensamiento de los antiguos se convierte en la expresión de los modernos”[10]
Si la primera lengua es la del nacimiento, ésta segunda es ya la de la experiencia ya consumada, la que ya se tiene, o como Cavell ha señalado “la segunda experiencia”[11]. Experiencia que hemos adquirido al caminar como el propio Ulises, constituyente y ya constituida.
Hemos de suponer que al final del camino, Thoreau ha tocado esa Tierra Santa que el propio caminar refiere. Pero al tocarla también nos situamos en la encrucijada que marca toda la obra de Thoreau y que no es otra que la de su anarquismo individualista. Es ahí donde el escritor se aleja por completo de lo que he llamado “canciones del camino”. La sencillez a la que aspira en su escritura quizás consiguiera salvar la falta que recriminaba a la filosofía de la que decía que no lograba “comunicarse de un modo central a sus lectores”[12], sin embargo sus planteamientos, al menos a primera vista, parecen mucho mas alejados de cualquier idea de comunidad. Ésta se encuentra sin embargo presente de un modo u otro en todas las canciones que hablan del camino. Una de las más populares, nos sitúa directamente en esa “tierra” desde el propio título que recibe: This land is your land. Se trata de un tema que Woody Guthrie compuso en 1940 en respuesta al God Bless America de Irving Berlin, que el Congreso acababa entonces de elevar al rango de himno de Estados Unidos. Por esta intención de contra-himno, pero también por los rasgos de la canción folk que someramente enumeré al principio, me parece que debiéramos traducir este título no tanto como “Esta tierra es tu tierra” sino como “Esta tierra es vuestra tierra”. Aquí ya no se camina en búsqueda de una Tierra Santa, sino que se está ya en ella, y ahora sólo se recorre para celebrarlo. Una de las estrofas de mayor lirismo podríamos traducirla del siguiente modo:
El sol llegó, brillante mientras iba caminado,
los campos de trigo ondeaban y las nubes de polvo giraban
la niebla se levantó y una voz llegó, coreando
esta tierra fue creada para vosotros y para mí[13].
Un coro así devuelve el tema la tradición coral del Gospel del que Guthrie lo sacó. Pero la canción enlaza también con otra corriente que desde la música popular había prestado fuerzas al sindicalismo con un ejemplo como el de Joe Hill. Este plural quedaba así caracterizado justo en la estrofa que falta a las versiones que hemos escuchado del tema, pero de la que no nos cabe duda que Woody Guthrie incluyó en diversas interpretaciones. Esta estrofa dice:
Había una tapia muy alta que trató de detenerme
Y en ella estaba escrito un letrero que decía “Propiedad Privada”.
Pero por el lado de atrás no ponía nada
Esta lado fue hecha para vosotros y para mí[14].
Si en Walking, Thoreau anima a caminar no por delante de las casas –donde queda indicado su número o su nombre– sino por la parte de atrás, en Walden la coincidencia con esta estrofa de Guthrie es definitiva cuando afirma no haber escrito nunca un “Prohibido el paso” en su puerta. Mucho se teme Thoreau que llegará un día en que el espacio del camino se compartimente en “fincas de recreo, donde sólo una minoría obtendrá el disfrute restringido”, y si eso es digno de temer para él, según nos dice, es porque “disfrutar de algo en exclusiva implica por lo general excluirte de su auténtico disfrute”.
Caminar es un trabajo que comienza por borrar este letrero, y ello implica en Thoreau asumir la soledad: echar a andar comienza para él con una declaración de independencia renovada, una independencia personal. La cultura, para Thoreau, no es más que interacción entre los hombres y salir de ella, es decir, “perder el mundo”, es, pues, alejarse de ellos. No le faltará una sola razón por aducir a favor de esta decisión: la sociedad domestica y lo hace desde las leyes que uno se encuentra ya fundadas cuando nace. Este hecho encuentra su epítome de nuevo en los nombres, en aquellos con que uno lo llaman sin saber siquiera qué quieren decir, sin saber siquiera hablar. De ahí que debamos suponer que, cuando echamos a andar, sea el nombre lo primero a lo que estemos dispuestos a renunciar, haciéndonos como en el caso de Ulises, nadie.
Igual que el poeta Thoreau comienza por rescatar las palabras, el Thoreau político se ocupa de los nombres y observa cuán ajenos son a las personas. Los nombres no responden a nuestra forma de ser o a lo que con ella hemos logrado hacer, esos nombres no nos nombran y por ello necesitamos encontrar nuestros propios nombres. Es en este punto donde Thoreau comienza a contemplar la idea de comunidad, porque no se trata aquí de que cada cuál se dé el nombre que le venga en gana, pues quien nombra es la comunidad, y sólo nombra con buen tino si podemos actuar de forma independiente, de manera que nuestro propio carácter quede a la vista y a él se ajuste el nombre que nos dan. “Los hombres –dice Thoreau– en líneas generales, son parecidos; pero fueron creados distintos de modo que pudieran ser diferentes. Si hay que realizar una tarea vulgar, cualquier hombre servirá igual que el otro, o casi; si la tarea es importante, habrá que tener en cuenta la excelencia individual”. Buscar esa excelencia, que es nuestra singularidad, requiere por tanto caminar en el sentido que le se le ha dado aquí. Nos darán nombre según la experiencia que acumulemos al caminar y hemos de pensar que ganarla no sólo es llegar a una tierra donde lo que llevamos al hombro es por fin un instrumento adecuado para la agricultura, sino que es obtener un nombre.
El tiempo en que caminamos es por tanto fronterizo, es prelingüístico y también es prepolítico, antecede una secularización (una entrada en el mundo) pero de algún modo coincide en un instante con una sacralización, y ése es el justo instante en que llegamos a lo que Thoreau llama “Tierra santa”. Esta Tierra Santa es un mundo recobrado, refundado, renacido. Como Ulises, también Thoreau se dispone a salir del mundo de los muertos, pero, en ese camino de vuelta, el pensamiento salvaje encuentra un punto de apoyo civilizador que Thoreau explica precisamente a través de la agricultura. Tal es el trabajo al que se había dedicado en el lago Walden, consistía según nos dice en:
“Remover la maleza, poner tierra nueva junto a los tallos de las judías y animar a mis plantas, para que el suelo amarillo expresara el pensamiento de verano en hojas y flores, antes que en ajenjo, grama y mijo, y la tierra dijera judías en lugar de hierba”[15].
Se trataba así no tanto de dejar que la tierra hable en un lenguaje salvaje de que se ha tenido conocimiento al adentrarse en el bosque, sino precisamente en un hablar cultivado. Pero de ningún modo se ha de aplicar esta nota a la comunidad, como si ese cultivo fuera un adoctrinamiento y los hombres fueran judías. Si hay un dilema en Thoreau sería éste de aconsejar sin erigirse en cabeza, maestro o jefe. No se trata de que nadie adopte su modo de vida, pues antes de que lo hubiéramos aprendido, Thoreau se reserva la posibilidad de haber encontrado otro para sí mismo; su deseo es que haya tantas personas diferentes en el mundo como sea posible y que éstas no regulen su vida según leyes que les anteceden. En su crítica radical a las instituciones, este pensamiento no se toma por tarea escribir una oda a la fatiga que pueda producir una vida en común degenerada, por el contrario asume una idea de cooperación preocupada por cada uno de sus componentes, “cooperar” aquí significa “ganarnos la vida juntos”[16]. Situarnos nosotros mismos en ese momento que antecede –a las palabras, pero también a los cultivos– es el ejercicio que propone. Este momento antecede como cada amanecer antecede al día, por ello la oportunidad de hacerlo se renueva con cada mañana, momento de mayor alerta y percepción en que, descansados, aún nada nos ha fatigado. Situarse así en la primera fila del tiempo y cantar –por decirlo con Thoreau– antes de que el gallo cante, la canción que aprendimos en el camino.
[1] Thoreau, Henry David, Caminar, traducción de Federico Romero, Madrid: Ardora, 1998. Todas las citas sin nota a pie de página corresponderá a partir de aquí a esta obra.
[2] “You Got to Walk this Lonesome Valley, well you gotta go by yourself” (Tradicional)
[3] Milthen, Steven (2005), The singing neanderthals: the Origins of Music, Language, Mind and Body Cambridge, Massachusetts : Harvard University Press, 2006.
[4] Homero, Odisea, canto XI.
[5] Idem., canto IX. Como sabemos, Ulises había conseguido zafarse del cíclope Polifemo dándole un nombre falso: « ‘Cíclope, ¿me preguntas mi nombre ilustre? Pues yo te lo diré abiertamente, pero dame tú el don de hospitalidad, como me has prometido. Nadie es mi nombre y Nadie me llaman mi madre y mi padre y todos los otros compañeros’. Así hablaba yo, y él me contestaba al punto con cruel corazón: ‘A Nadie yo me lo comeré el último entre sus compañeros, y a los demás antes. Éste será para ti mi don de hospitalidad’ ». Más tarde, en un despiste de Polifemo, Ulises consigue clavarle una estaca candente en su único ojo. Polifemo pidió ayuda a los otros cíclopes para perseguir a Ulises que ya había escapado, pero estos le preguntaron qué le había ocurrido y él sólo pudo decir: “Nadie ha sido, nadie me ha cegado”, lo cual fue tomado por sus compañeros como un desvarío, pues lo que para Polifemo es un nombre propio, para el resto de Cíclopes no tiene en modo alguno ese significado.
[6] Thoreau, Henry David, Walden, traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra, Madrid: Cátedra, 2010, p. 66.
[7] Machado, Antonio, Colaboraciones sin firmar en la sección “Glosario”, Renacimiento Latino, n. II, Madrid, abril, 1907, pp. 254-257. Reimpresión en Prosas dispersas (1893-1936), Madrid: Páginas de Espuma, 2001.
[8] Walden, op. cit., p. 156.
[9] Idem., p. 148.
[10] Idem., p. 149.
[11] Cavell, Stanley (1972), The Senses of Walden, Chicago: The University of Chicago Press, 1992.
[12] Carlyle, cit. por Lastra, p. 115.
[13] “When the sun came shining, and I was strolling / And the wheat fields waving and the dust clouds rolling / A voice was chanting, As the fog was lifting, / This land was made for you and me.”
[14] “There was a big high wall there taht traed to stop me / Sign was painted, it said private property; / but on the back side it din’t say nothing. /This land was made for you and me”
[15] Op. cit., p. 206.
[16] Op. cit., p. 121.
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